El tren no iba demasiado rápido, faltaba aún un poco para llegar. Tendió su mano encima de la mesa y ella la cogió entre las suyas. Acarició la palma con suavidad, haciéndole cosquillas, y clavó su mirada en las líneas. Fue recorriéndolas una a una con su dedo índice, y mientras tanto le iba explicando:
— Esta es la línea de la vida, mira, es profunda y te baja casi hasta la muñeca, ¿lo ves? Eso significa que vas a vivir muchísimos años. La mía es corta...
— Te lo estás inventando...
— Qué va, hace años que sé leer la mano, si no me crees tú verás, pero te digo que sé hacerlo. Hazme caso y mira mi línea de la vida.
—Tienes razón, es muy corta.
— Sí, pero fíjate en la del amor, es larga y profunda, aunque con bastantes cambios... Y la tuya es muy débil y, sobre todo, corta.
— Vaya, ¿y eso qué significa?
— Que todo encaja, ¿no ves que yo me muero pronto?
Él la miró y sonrió, es ilógica lógica funcionaría. Al menos, durante ese día así fue.
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