jueves, 2 de mayo de 2013

Sexo en Nueva York

Todo el año pasado mis amigas estuvieron viendo Sexo en Nueva York, por orden, temporada a temporada. Yo no participé en semejante hazaña porque me gusta ir a contracorriente, lo que hoy se llama ser hipster. Y si todas lo hacían, yo me empeñaba en que esa serie de la que había visto un par de capítulos era una chorrada que no merecía mi atención.

Pero la vida da vueltas, sobre todo cuando solo tienes que trabajar doce horas a la semana, apenas tienes nada que estudiar, vives a 2500km de casa y la gente importante que había aparecido en tu vida en la Ciudad Posnuclear se ha acabado yendo. En este estado, decidí empezar a ver Sex and The City (ahora lo pongo en inglés porque así parece que de verdad sé de lo que hablo).



Pues bueno, mis amigas no hacían más que hablar de los distintos capítulos relacionándolos con sus vidas. Que si yo soy Samantha, que si yo tengo un poco de Miranda, que si yo creo que soy Charlotte, mira cómo acaba... Yo no entendía nada de sus conversaciones, pero no me importaba estar perdida. Sin embargo, cuando empecé a verla seguí sin tener demasiado claro quién era quién (excepto una clara Charlotte y una clarísima Samantha), y por supuesto, yo no me sentí identificada con ninguna de aquellas cuatro neoyorkinas chupi-guays y poderosas, que soy mucho más de andar por casa.

Eso hasta que llegué al final de la serie, aunque mi identificación sin final feliz, claro. Recordemos (o spoileemos): Miranda está casada con Steve y el niño es ya mayor. Charlotte va a adoptar a una niña con Harry. Samantha está superando su cáncer con el buenorrísimo de la serie. Y Carrie... decide de una forma un poco absurda irse a París y dejarlo todo en Manhattan para estar con un hombre del que cree que está enamorada, un ruso que le lleva doce años y que es un artista muy respetado por allí. Él se pasa todo el día trabajando y no saca o no quiere sacar tiempo para ella. En París Carrie se siente sola, defraudada, triste, abandonada, desengañada. Pero llega Mr. Big y la salva de su principio de esquizofrenia provocado por una decisión errónea.



Una de las mañanas solitarias por París planteándose su vida con un perro.


Pues bien, si hubiera visto este final antes, ahora posiblemente no estaría escribiendo en este blog. Porque los finales son más importantes que los principios (parafraseando a Love of Lesbian así por la cara), pero a veces es preferible ahorrártelos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario