martes, 7 de mayo de 2013

El vestido vetado.



En el instituto tuve un profesor que no estaba demasiado cuerdo. Pertenecía a una extraña secta en la que además de ideas místicas para la elevación y unión del alma con la naturaleza, las teorías sobre la conspiración de la construcción de las Pirámides y la falsedad de la evolución darwiniana, le inculcaba la obligación de desterrar el negro de su vidas y llevar cada día de la semana un color determinado. Tras semanas de observación, los alumnos llegamos a establecer su calendario:

Recreación ficticia del armario del susodicho
  • Lunes: morado
  • Martes: rojo
  • Miércoles: amarillo o naranja
  • Jueves: azul
  • Viernes: verde
  • Sábados y domingos: si lo veíamos por la calle, siempre iba de blanco. 

 A pesar de ser consciente de lo absurdo que había en aquella persona, hubo una época en la que pensé que no pasaba nada por intentar tentar la suerte a base de utilizar prendas de ropa que no se vieran demasiado de estos colores en momentos importantes (para la época, exámenes). Todo fue bien hasta que un viernes, ataviada con un jersey verde monísimo, suspendí el del carnet de conducir. Desde entonces, nunca más.

Pues bueno, igual que esta tontería tan ridícula, hay muchas otras supersticiones que me creo a pies juntillas sigo por seguir, aunque básicamente son la misma con distintos protagonistas:

Los bolis que no han estudiado bien un examen, no se presentan. Y tampoco los bolis que han hecho mal otros exámenes. No estoy dispuesta a correr el riesgo de que estén malditos y atraigan la mala suerte permanentemente.

La ropa y los pendientes que han traído buena suerte una vez, se vuelven a poner. Si no, como tampoco estoy tan loca ni tengo tanto dinero como para permitirme el lujo de tirar a la basura ropa y bisutería a lo loco, se les deja un espacio, para que se les (me) pase la tontería. Más difícil lo tienen la ropa o los pendientes que me recuerden a algo malo en especial. Ahí el tiempo pasa de ser solo semanas-meses a años. Me pasó con unos pendientes y una camiseta blanca monísima, y pude recuperarlos a los dos años, cuando la camiseta ya casi ni se llevaba. Ahora me ha pasado con un vestido, menos mal que es de invierno y no lo necesitaré hasta dentro de unos meses, cuando ya se haya pasado el mal fario.


Eso sí, no tengo ningún problema en abrir paraguas en lugares cerrados, no llevar ropa roja en Nochevieja, tengo un precioso gato negro y lo único que me preocuparía de que un espejo se rompiera sería clavarme un cristal.

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