sábado, 27 de julio de 2013

Diario de un día premenstrual

Me despierto cinco minutos antes de que suene el despertador y noto que he dormido lo suficiente. Remoloneo un poco pensando en que va a ser un buen día y cuando suena el móvil me voy a la ducha. Hago café y me visto, me siento especialmente bien. Veo que me han escrito por guasap y facebook: qué cosas, no recordaba que era mi santo. Qué bien. Voy a clase más o menos contenta, aunque a mitad de camino de pronto no me apetece nada hablar. Tenemos clase de Medios audiovisuales en el aula, con lo que nos ponen a analizar actividades de un corto. Lloro porque me da mucha pena la soledad de esa mujer. Nos ponen otro corto. Lloro porque es lo lógico: ese chico se ha dado cuenta a tiempo de que puede arreglar las cosas, y está muy enamorado, y es muy bonito lo que está pasando todo el rato. El tercer corto. Aquí no lloro, porque ante todo estoy inquieta y me ha dejado mal cuerpo. Cuando aplaudimos al profesor porque es la última clase, me entran ganas de llorar otra vez. Qué me pasa, por Dios.



Salimos a lo típico: café, cigarro y algo dulce para seguir aguantando. Me invade la felicidad a pesar de que el día esté gris. Siento que estoy en armonía conmigo misma y que todo puede salir bien. Con ese ánimo, entro en la siguiente clase, en la que hay unas teorías preciosas sobre la Educación que se quedan simplemente en ser teorías de hace veinte años (eso, al parecer, todavía es moderno) y de las que no nos explican cómo llevarlas a cabo. Me enfada darme cuenta de esto, pero en realidad sigo contenta. Y al parecer, eminentemente cenestésica, o eso dice el test que nos acaban de hacer. Así que le pido un abrazo a un compañero. Yo pidiendo abrazos a la gente, lo nunca visto. Un poema sobre el autoconocimiento en el proyector. Lloro porque quiero conocerme y no sé si  voy por el buen camino y porque todo me recuerda a gente zen.

Nos vamos unos cuantos a un japonés, con música relajada, sushi y mi adorado wasabi. Vuelvo a entrar en armonía con el Universo hasta que, de pronto, empiezo a notar un poco de inquietud. Y así me quedo, como en alerta.

Salimos y nos vamos a pasear. De repente no soporto que Fiiiu me hable. Ni que me roce. Ni que respire casi. Ni quiero ver cómo camina. No quiero estar cerca de él. Cruzo el túnel en silencio y me preguntan que por qué no hablo. Es porque estamos en un túnel, digo. Y se quedan convencidos, hay bastante ruido y es normal que no me apetezca gritar.

Cuando los 700m de túnel acaban, empieza a llover y a dejar de llover cada tres minutos. El tiempo está como yo, que quiero llorar y reír a la vez y no me sale. Andamos, andamos, andamos. Y yo cada vez soporto menos a Fiiiu, me imagino con ganas de matarlo. A lo Ally McBeal.

No lo veis, pero está teniendo visiones psicóticas

Después de dar miles de vueltas, conseguimos llegar al edificio de la exposición que íbamos a ver. Cerrada hasta una hora después. Nos vamos a por un café. Mi tensión va en aumento. Una se deprime. Otra intenta consolarla haciéndole ver la cantidad de oportunidades que tenemos. Somos jóvenes, encontraremos un trabajo, lo único que necesitamos es movilidad, y estamos dispuestas e incluso la queremos. Mientras tanto, videoclips en la tele. Todos me hacen llorar, pero en especial este:


Me empiezo a dar vergüencica. Toda esta gente no me conoce lo suficiente como para ponerme a llorar de verdad y a pedir mimos y para decirle tranquilamente a Fiiiu "hoy no te soporto, pero mañana se me pasará, no me lo tengas en cuenta". No hay confianza para eso, así que en cuanto puedo me escaqueo con la excusa de hacer un trabajo. Pili me acompaña un rato porque también se va ya, y en el funicular nos contamos nuestros proyectos de vida. Hablar sobre el tema con ella siempre me ayuda, pero en cuanto se va, ya vuelvo a mi estado de tristeza absoluta, desidia, abulia.

Salgo del supermercado pensando en el trabajo que realmente tengo que hacer y bajo las escaleras sucias que llegan hasta la plazoleta de edificios altos y viejos en la que está mi piso, y de pronto aparecen dos chicos. Hablan en francés. Uno de ellos es muy atractivo. Parece interesante, lleva una especie de bolsa cruzada, camiseta blanca y gafas negras. Lo miro por el rabillo del ojo y veo que me mira. Me sonríe. Le sonrío. Vuelvo a estar contentísima y ya me imagino cómo me lo encuentro por la calle dentro de dos días y me dice "¿egges tú la chica que he visto otgo día?". Y porque al llegar al portal veo que tengo que sortear gente, que si no, llego al séptimo ya casada y con hijos.

Vuelvo a ser feliz. Y al rato no. Empiezo el trabajo y me meto en skype. Me llaman mis padres. Soy feliz e infeliz a la vez. Quiero cambiar mi vida por completo en septiembre. Se lo digo. Ya me conocen y no me hacen ni caso. Cuando me quiero dar cuenta son las 9 y solo he escrito cinco líneas del trabajo. Me meto en twitter. Trending topic, con directos. Lo que me faltaba. Leer esas cosas. Otra vez me hundo. Pero mis compañeros hacen pizza y comen patatas y aceitunas. Fuera llueve sin parar, así que nos pegamos una sesión de hablar de enfermedades mentales mientras cenamos. Y luego vemos cortos. Y ya no lloro con ninguno. Y empieza a darme igual Twitter. Me entra sueño y me voy a dormir.

De vez en cuando es así, montaña rusa emocional. Pero, como en las de verdad, pasa rápido. Menos mal.



No hay comentarios:

Publicar un comentario