miércoles, 13 de noviembre de 2013

En términos que pueda entender.



He llegado a una conclusión mientras estaba en la ducha, esa especie de lugar sagrado en el que se puede  discernir sobre asuntos variopintos sin proponérselo una. Es como si todos los pensamientos se activaran en el momento en que el agua cae sobre tu cabeza, una varita mágica o toque de gracia. Hoy estaba pensando sobre la música que últimamente escucho, y me he dado cuenta de que tiene algo que ver con mi vida actual, aquí, en esa Granada que tanto temía y que no es ni la sombra de lo que era ni de lo que yo pensaba que iba a ser, para bien o para mal.

La música, digo. Y los hombres, qué raro, yo hablando de esto. 

Los ligues son música electrónica comercial. Son un  Wake me up o  un Midnight city, al principio atrapan, te hacen sentir bien, te suben la moral. Descarga de adrenalina. Pero poco después ves con demasiada claridad su estructura y empiezan a resultarte aburridos y monótonos, sabes exactamente cómo funciona todo y que sólo hay una interpretación posible. Para qué más. 

Las relaciones más o menos duraderas son otro estilo musical. Más rock, más indie, más alternativas. Son más interesantes porque, aunque la estructura pueda ser también básica, no siempre lo es y se llegan a convertir en grandes aliadas. Un maldita dulzura, turning saints into the sea, de lo que quiero huir seguirá dentro de mí, I'll gamble away my fright. No sé. Hay algo más allá. 

Pero al final, como te gustan tanto, como las escuchas con tantas ganas, acaban pasando a un segundo plano. O un buen día dejan de significar lo mismo para ti. Y luego, cuando llevas mucho sin escucharlas te queda simplemente ese recuerdo de "cuánto me gustaba", pero no vuelve a ser ya nunca lo mismo. Se pierde la interpretación y se pierde la magia.

Siempre quedará encontrar la adecuada. El segundo de Rachmaninov o este inquietante estudio que nunca podrá cansarme. Si alguna vez llega una persona equivalente a algo así, todo lo anterior será simple música de ascensor. 

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